Podrá parece snob y elitista, pero la música hay que escucharla en un club.
Salvo la música sinfónica y la ópera, claro está, que no caben en la Sala Clamores. Yo siempre he lamentado no haber podido escuchar a Bruce Springsteen en los clubs de Nueva Jersey, cuando comenzaba su carrera de cantautor roquero. Lo de los estadios, es otra cosa diferente a la Música, con mayúscula.
El flamenco y lo de anoche -se le ponga la etiqueta que se le ponga- sólo se puede disfrutar completamente estando cerca de los músicos y de los artistas. Estoy hablando de la actuación de Un Gato en la Luna en la Sala Clamores.
Fue una noche de disfrute total con instrumentistas virtuosos haciendo una mezclita muy sabrosa de rumba, bulerías, cantes del Piyayo y baladas metidas en la atmósfera del jazz más festero, con unas palmas, un compás, y unos coros… qué ¡¡¡válgame Undebei del cielo!!! Yo, como soy algo limitada, me quedé fija en «los vientos» -flauta o saxo» de Toni Bárbara, y me dediqué a seguirlo como sigo a veces a un sólo bailaor de una compañía de baile; bueno, de vez en cuando, me entretenía un poquito con las evoluciones del bajo, Mariano Pollet. ¡Qué musicazos! Me perecían mentira estas preferencias, cuando yo he sido siempre una «terrorista» defensora de la guitarra solista. ¡Discúlpeme por esta vez, señor Tomás García!
Conocía los temas de su último disco -que tocaron casi al completo- pero las emociones del directo, la proximidad a los artistas, sus expresiones de felicidad haciendo la música que les gusta y que les divierte, son tremendamente contagiosas, y me acordé de mis años londinenses, escuchando rock en clubs pequeños en los que todo el público era como un mar que va y viene en una misma pulsación.