El compromiso de Luis Marín (1948-1978)

El pasado miércoles, 17 de febrero, fui infiel a mis aficiones flamencas y fiesteras: no fui a escuchar a Mauricio Sotelo ni a Arcángel al Auditorio Nacional, ni tampoco al Teatro Circo Price para ver por primera vez a Los Pelaos de Madrid. Me llamó mi amiga del alma y me invitó al Teatro Real para ver al Ballet Nacional de España, y pa’ allí que me fui.

Lo pasé muy bien, y disfruté de unos primeros 20 minutos sublimes, con danza contemporánea emocionante para músicas de Haití preciosísimas -«Rassemblement«; y 60 minutos de un experimento -«Jardín infinito» – Homenaje a Chejov»– inaguantable: baile casi sin música y con recitado en… ruso, sin traducción simultánea.

Para hacer tiempo antes de entrar en el Teatro Real, le hice una visita a los amigos del Flamenco Vive -C/ Conde de Lemos, 7, al final de la Calle Unión- y charlando y rebuscando, salí de allí con tres discos que son tres joyas.

1) El último disco de Cancanilla de Marbella, del que os hablaré cuando logre arrancarle el celofán y escucharlo. He visto el magnífico libreto que acompaña a la grabación, antes de que saliera de la imprenta, y os aseguro que pone en valor -alto valor- los cantes del malagueño. Estos discos no envejecerán nunca.

2) Una recopilación de los reconvertidos Coros y Danzas de la Sección Femenina, dedicado al fandango folklórico: «Fandangos del folclore español«, que ilustra perfectamente mi lectura del libro de Miguel Ángel Berlanga, «Bailes de Candil Andaluces y Fiesta de Verdiales: otra visión de los fandangos» (Málaga, Diputación, 2000). De lo poco que llevo leído de este estupendo libro, ya me ha cautivado su tesis: la universalidad del término «fandango» -para toda España y Latinoamérica- como «fiesta de baile«, que luego empezaría a restringirse al baile y músicas andaluzas -folklóricas y flamencas- que ahora conocemos con el nombre de fandango. Hay fandango-fiesta por toda la geografía española, lo mismo que hay jotas fuera de Aragón y Navarra.

3) Y por último, uno de esos tesoros escondidos, en una Colección de las buenas de verdad: Cultura Jonda Vol. 15, dedicado al Compromiso y a los cantaores comprometidos de los años 70s: Manuel Gerena, Manuel de Paula, Carlos Cano y… Luis Marín.

Cuando vi el nombre de este malagueño en la recopilación, no lo dudé dos veces. Supe de su existencia -malograda- y de su militancia, por uno de los amigos de la Peña la Seguiriya de Valladolid, que lo había conocido y tratado en Madrid, en su etapa universitaria. Me intrigó muchísimo y me propuse «investigar» a este malagueño «comprometido» y desaparecido prematuramente.

Por fin, he dado con él, gracias a los desvelos vinílicos de José Manuel Gamboa, que se responsabilizó de estas recopilaciones de Cultura Jonda y de los textos adjuntos. Por cierto, que está descatalogado, pero los del Flamenco Vive tienen todavía algún ejemplar. Esto es lo que nos cuenta Gamboa de Luis Marín:

«Quien se nos fue para siempre en otro de esos raros y oportunos «accidentes automovilísticos» fue Luis Marín (Ronda, Málaga, 1948 – Madrid, 1978). Personaje muy querido, como lo demuestra el hecho de haber tenido póstumamente en Madrid una peña a su nombre. La Peña Flamenca Luis Marín enclavó su sede en la calle Rafael Alberti -una perpendicular a la Avda de la Albufera y la calle de Los Andaluces, pararela a la calle Antonio Mairena-, de Nuevas Palomeras.

No era Luis un cantaor. Era un andaluz que cantaba: «la nueva expresión del cante», según se publicitó en su momento. Nos dejó como único testamento dos discos, grabados para Movieplay con la añeja guitarra de Perico el del Lunar: «Cantata de Andalucía (1976) y «El anarquismo andaluz» (1977). El primero suscrito por Andrés Sorel, el segundo por José María Díez-Alegría.

Luis Marín era un adolescente, que se había hecho hombre en las faenas del campo, cuando llegó a Madrid en 1965. Como otros muchos inmigrantes andaluces, se asentó en el Pozo del Tío Raimundo. Un currante de la construcción dispuesto a compatibilizar la profesión con la de descargar mercancías y, en sus ratos libres, cantar sus ducas. Como Manuel Gerena, Luis ofreció múltiples recitales en barriadas obreras y en la universidad. Tanto fue a la universidad que le picó el gusanillo y se puso a estudiar. ¡Estudiar, pensar…! ¡Peligro! Ya lo había advertido Bertold Bretch. Claro que el repertorio de Luis Marín, al lado de sus propias composiciones literarias y las de Rafael Alberti, Miguel Hernández o Carlos Alvarez, tuvo también un sitio el autor de «Madre Coraje» -aunque no figure en los créditos originales-. «
(José Manuel Gamboa. «Cultura Jonda. 15 (fonomusic, 1997)

Luis Marín con la guitarra de Perico el del LunarAudio– (Si con el botón derecho del ratón seleccionáis «abrir enlace en una ventana nueva», podréis escuchar a Luis y seguir leyendo en el Barrio de la Triniá)

Dedicado a su «hermano de armas» (brother in arms) -de la Peña la Seguiriya de Valladolid-